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miércoles, 27 de febrero de 2019

EL MUNDO ESPIRITUAL - Rav Berl Schtudiner

Para lograr entender por qué oscilamos entre momentos de elevación y otros de descenso, debemos, antes que nada, tomar conocimiento de la estructura de nuestro ser, pues del desequilibrio de esta estructura deriva tal oscilación. Como veremos a continuación el judaísmo nos propone una metodología, compuesta de acciones y actitudes específicas que nos orientan para alcanzar el equilibrio de nuestras fuerzas interiores, logrando de esta forma la plenitud de nuestro ser y la verdadera felicidad.
Todos nosotros tenemos tres fuerzas vitales:

1) La fuerza Materialista, que induce a la persona a buscar placeres físicos y alejarse del sufrimiento. Esta fuerza existe en todos los seres vivos, algunos la llaman “alma animal”. Esta fuerza está conectada al cuerpo.
2) La fuerza Intelectual, que posibilita a la persona para distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo moral y lo inmoral. Esta fuerza impulsa al ser humano a vivir a imagen y semejanza de D´s. Esta fuerza existe en todas las entidades superiores, algunos la llaman “alma divina”. Esta fuerza está conectada al alma.
3) La fuerza del Crecimiento, que es exclusiva del ser humano. Es la fuerza del libre albedrío y es totalmente controlada por la voluntad del hombre. Esta fuerza da a la persona la capacidad de optar por seguir o no a las fuerzas anteriores, o sea, de dejarse llevar por el materialismo o por lo espiritual.
Durante la vida, según las acciones y la forma de vivir de cada uno, las tres fuerzas interactúan, influenciando y moldeando una a la otra. Por un lado, la fuerza intelectual tiene el poder de santificar al cuerpo, elevándolo a niveles muy altos de santidad.
Nosotros tenemos cuerpo y alma que viven juntos en el mismo ser, pero, en un territorio solo puede haber un Rey. Si tú decides que el cuerpo es el Rey, el alma se sujeta al cuerpo, pero si decides que el alma es el Rey el cuerpo se sujeta al alma elevándose junto con ella”.
Por otro lado, la fuerza materialista también tiene influencia sobre el alma. Una persona que vivió una vida muy materialista, al punto que su alma fue influenciada por su cuerpo y no lo contrario, aunque su alma quiera “subir” ya no lo puede lograr pues las fuerzas del egoísmo no se lo permiten. El ejemplo clásico de esto es cuando D´s “endurece” el corazón de Paró, lo que, en teoría, contradice el principio básico del libre albedrío. El Rambam nos explica esta supuesta contradicción de la siguiente forma:
“Hay muchos versículos en la Torá que parecen contradecir este principio (del libre albedrío) … Por eso explicaré un importante principio que de él entenderás todos estos versículos… : Y es posible que la persona peque un pecado tan grande o que peque tantas veces, hasta que sea justo delante del juez de la verdad (D´s) que la sentencia a este pecador por los pecados que cometió por su propia voluntad y decisión sea impedirle el retorno … por eso escribe la Torá “Y yo endureceré el corazón de Paró”.” (Leyes de Teshuva 6:3)
En otras palabras, el efecto de las maldades que hizo Paró (el faraón) al pueblo de Israel fue tan fuerte, que el daño, a su propia alma fue irrecuperable.
La tensión intrínseca que existe entre la fuerza materialista y la intelectual es la que origina la dicotomía de la existencia humana. Puesto que la fuerza del crecimiento no es constante y está sujeta a factores motivacionales de diferentes índoles, hay veces que optamos por “subir” y hay veces que optamos por “bajar”.
Sea cual sea la decisión, hay que estar conscientes que es una decisión totalmente libre y de nuestra responsabilidad, nunca una imposición externa.

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