Un Iehudí que estaba de viaje, llegó a una ciudad en Ereb Shabat (vísperas de Shabat), y se vio obligado a pasar Shabat allí.
No conocía a nadie de la ciudad, por lo que tuvo que guardar la bolsa que contenía todo su dinero, en un escondite detrás de un muro.
En Motzéi Shabat (finalización de Shabat) fue a buscar la bolsa, y no la encontró.
¡Se la habían robado! Sus sospechas se centraron enseguida en el Iehudí que vivía en la casa de al lado; sólo él pudo haber visto dónde escondió el dinero el día anterior.
Pero ¿cómo le reclamaría? ¡No tenía pruebas de que él era el ladrón! Además, nadie lo conocía en esa comunidad, y nadie le creería sus palabras. No sabía qué hacer.
Comenzó a llorar amargamente, pensando que todo lo que tenía, lo iba a perder. Todo su futuro y su subsistencia dependían de ese dinero. ¿Qué le diría a su familia cuando llegue a su casa?
Le pidió desde lo más profundo de su corazón a Hashem que lo ilumine, y de repente, se le ocurrió una idea:
Fue a la casa de aquel vecino, y tocó su puerta.
Cuando el hombre abrió la puerta, nuestro personaje le dijo:
“Perdone que lo moleste, pero quisiera preguntarle si usted podría ayudarme en un dilema”.
“Dígame usted”, dijo el dueño de la casa intrigado.
“Usted verá: yo vengo de muy lejos y necesito guardar mi dinero en algún lugar, para que no caiga en manos de ladrones.
Ayer puse una suma en un escondite, pero tengo otro tanto que no sé donde dejarlo.
¿Qué me aconseja usted?
¿Qué lo guarde en otro lugar, o que ponga también esta cantidad en el mismo lugar donde puse la anterior?
Le pregunto esto porque usted, que vive aquí, conoce a la gente y sabe más que yo lo que conviene”.
Los ojos del dueño de casa se iluminaron.
“¡Oh! ¡Oh! Este… Creo que lo más conveniente es que vuelva a esconder el dinero donde lo hizo ayer. Si fue seguro un día, será también al día siguiente”.
“Sí, sí…, tiene razón”, decía el hombre como si estuviese meditando. “¡Mañana mismo pondré el resto del dinero en el mismo lugar donde ayer escondí la cantidad anterior! Le agradezco mucho por su consejo”, dicho lo cual se retiró.
Mientras veía que el hombre se alejaba, el dueño de casa se introdujo en su cuarto y tomó el dinero que había robado anteriormente.
Esperó un rato, y fue al escondite a colocarlo otra vez allí, no vaya a ser que aquel hombre, cuando regrese, no lo vea.
Ya estaba vislumbrando que se iba a hacer una suma más grande aún, que la que tomó ayer.
Al día siguiente, cuando el ladrón fue a buscar su botín, en lugar de la suma que esperaba, encontró una nota que decía:
“Gracias por haberme hecho recuperar mi dinero.
Ya estoy de viaje hacia mi casa, y le entregaré a mi familia el fruto de mi trabajo honesto y honrado, porque sólo cuando una persona obtiene su dinero lícitamente puede estar seguro de que Hashem lo bendecirá.
En cuanto a lo que me robaste, te perdono con una condición:
Que te comprometas a que ya no volverás a echar mano a nada que no sea tuyo. De esa manera, gozarás de la misma bendición que la que tengo yo”.
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