En el 01/09/1941, en Francia, un decreto obligó a los judíos a usar la estrella de David. Pero fue antes, en 1940, varios meses después de que Francia fue invadida por los nazis, que se produjo un verdadero milagro en Lyon.
Una pequeña congregación de judíos se preparaba para recibir el Shabat.
A pesar de la nube negra que dominaba toda Europa en la época, ellos se preparaban para los servicios religiosos, en su sinagoga.
La población de la ciudad, judíos y no judíos, estaba como dormida por los acontecimientos, como la derrota de Francia y la desesperación general que empezó a penetrar toda Europa.
En Lyon se refugió el Rabino Jefe de Francia, Rabí Jacob Kaplan, que había abandonado París. Y una de las primeras cosas que hizo fue organizar una nueva congregación. La vida para todos los judíos de la ciudad en aquellos días sombríos de la escalada nazi, era muy amarga. Con el corazón repleto de gratitud, los judíos se reunían una vez por semana en una modesta casa de oración en Lyon, durante algunas horas de oración y estudio en el Shabat y, olvidaron por unos momentos el flagelo aterrador del nazismo, cada vez más siguiente.
En Lyon, como en otras partes de Francia de Vichy y Francia ocupada, había varios grupos pro-nazis. Eran franceses fascistas que compartían la actitud nazi hacia los judíos y estaban siempre dispuestos a apoyar los planes de los nazis de acabar con el pueblo judío.
En aquella noche del viernes en Lyon, la pequeña congregación de refugiados del norte de Francia estaba reunida para dar la bienvenida al Shabat. El servicio religioso llegaba al fin y los congregantes cantaban la oración "Lejá Dodi", que habla sobre "la llegada de las noticias sobre el Día de la Redención".
Como es costumbre en muchas sinagogas, en la conclusión de esa parte del servicio religioso, todos los presentes se vuelven, dando la espalda al santuario, para "recibir a la novia - el Shabat".
Los fieles acababan de volver a la puerta de entrada cuando las últimas frases del canto, como que congelaron, repentinamente. De pie, a la puerta, estaba un grupo de simpatizantes nazis, enmascarados, con granadas en las manos listas para ser detonadas - sin dejar dudas de la masacre que estaba por iniciarse.
Pero los probables asesinos quedaron petrificados, pues no contaban encontrar a los judíos de frente, encarándolos clara y directamente. Habían planeado infiltrarse sordamente venidos de atrás, tirar las granadas y escapar por las sombras de la noche como habían llegado. Pero los judíos también permanecieron, inmóviles, incrédulos, petrificados, y los nazis rápidamente cambiaron de idea. Con las granadas aún en las manos, se retiraron, exceptuando un hombre que arrojó su bomba que estalló al chocar contra la pared de la sinagoga sin causar víctimas.
Y todo no pasó de un momento. A los que temían, aún quedados con lo que había pasado, los miembros de la congregación se volvían de vuelta, esta vez con la mirada dirigida al Arca Santa, y se sentaron. Algunos sollozaban, otros sudaban frío y otros estaban inmóvil como estatuas. El Rabino Kaplan volvió al púlpito. Su voz, en la que se percibía un leve temblor, dijo:
"Mis hermanos, acabamos de presenciar un milagro, estamos salvos, pues en el momento del peligro estábamos dirigidos a la puerta de entrada, para recibir la llegada del Shabat, la Novia de Israel, los hombres malos se fueron, pero la Novia permanece con nosotros. -la " Al alcanzar la voz y el aliento, la congregación entonó el verso final de la oración: "Ven, oh Novia, juntos damos la bienvenida al Shabat".
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